No le pidas a tus hijos tener vidas extraordinarias. Tal esfuerzo puede parecer admirable, pero es el camino a la locura. Ayúdales, en cambio, a encontrar el asombro y la maravilla de una vida ordinaria. Muéstrales la alegría de saborear tomates, manzanas y peras. Muéstrales cómo llorar cuando las mascotas y la gente mueren. Muéstrales el placer infinito de tocar una mano. Haz que lo ordinario cobre vida para ellos y, lo extraordinario, se hará cargo por sí mismo.
William Martin
Hace unos días fui a dar un paseo con mi amigo David. Caminando por la carretera llegamos a un bosque, y al atravesarlo llegamos a un pequeño sendero de tierra que salía del camino principal y que al seguirlo, entre expectantes pinos gigantes olivos higueras y cerezos cargados de a veces rojo y a veces morado, nos condujo a las puertas de una casa en mitad de la montaña que se encontraba a varios kilómetros del pueblo más cercano.
En la puerta de aquella construcción de seguro más de cien años estaba Hans tratando de arreglar algo. Le saludamos desde lejos, le preguntamos si podíamos acercarnos y sonriendo nos dijo que bienvenidos.
Después de las presentaciones y de explicar cómo habíamos acabado ahí, nos enseñó orgulloso su finca. Vimos el manantial del que brotan miles de litros de agua cada día y que son conducidos primero a un pozo enorme y después, cuando también rebosa, a un estanque lleno de ranas, juncos y nenúfares. Una huerta destinada sólo a cientos de plantas de fresas y, desperdigadas, varias huertas más con patatas, tomates, calabazas, calabacines, pepinos, berenjenas, acelgas, puerros, cebollas y judías verdes.
Luego hablamos un buen rato sobre las placas solares que les daban autosuficiencia eléctrica desde hace más de quince años y de cómo tenían que elegir muy bien cada electrodoméstico que entraba en su casa.
Hans nos contó también la historia de cada árbol frutal y de cuántos kilos recogían al año, de cómo a veces las hojas se llenaban de pulgón o de arañitas y de lo rápido que había tenido que aprender de la naturaleza para así evitar perderlo todo.
Estaba casi anocheciendo cuando Juliane terminó de enseñar algo a sus hijas y nos mostró un montón de botes de mermelada casera preparada de sus propias fresas con albahaca, de sus frambuesas con cereza, o de sus pimientos rojos con chili, así que compramos unas cuantas, algunas aún calientes, nos despedimos y prometimos volver.
Querido lector, querida lectora, quizás piensas que te estoy contando esto porque creo que la vida entre montañas, alejados de todos, sería lo mejor para la humanidad.
Qué va, no creo eso y además creo que los pueblos y ciudades, grandes o pequeños, son tan necesarios como lo son las casas apartadas en el bosque.
Estoy hablando de otra cosa.
Creo que te estoy contando esto porque cuando nos alejábamos por el camino le pregunté a David si se imaginaba la posibilidad de que, en unos años, las hijas de Hans y Juliane iban a sentirse asqueadas de las locuras de sus padres, escaparían a la ciudad, probarían la fiesta, el consumismo, quizás las drogas y casi seguro las jornadas interminables de trabajo de la mayoría, y que si se imaginaba también que después de todo eso, tras muchos años corriendo de aquí para allá, se empezarían a preguntar con pena, incluso quizás cuando Juliane y Hans ya no estuvieran, si sus padres al fin y al cabo tenían razón.
Te estoy contando esto, digo, porque ante mis palabras David me respondió lo siguiente.
Antonio, me acabas de recordar que cuando tenía diez o doce años mis padres me llevaban por el bosque cerca de mi pueblo a coger níscalos, y yo siempre refunfuñaba y me preguntaba: ¿qué coño hago aquí con mis padres buscando setas? Ahora me doy cuenta de lo valioso de aquellos momentos.
Muy ocupado
Querido lector, querida lectora, te cuento esto también porque hace unos días hablaba por teléfono con Miguel. Tendrías que ver a Miguel, cuando no está doce horas diarias programando en su ordenador, está en la huerta ecológica con su padre plantando miles de tomates, o pepinos, o de todo.
Aún así, aunque Miguel aparenta guardar un buen equilibrio entre trabajo y huerta (que también es trabajo), me confesó que ahora estaba empezando a preguntarse si se había pasado la mitad de su vida frente a una pantalla pisando el acelerador y girando en una rueda sin fin, y se cuestionaba si realmente no era más feliz cuando estaba mano a mano trabajando con su padre en la tierra, o junto a unas ovejas, unas gallinas, un asado, un vino y un paseo acompañado después de comer.
Ahora no puedo
La verdad es que aunque llevo un rato escribiendo y dándote razones, sigo sin saber muy bien por qué te cuento todo esto.
No sé si es porque hace unos días hablé con Jara y me contaba cómo a su madre le encantaba ir a pasear a la montaña con los perros pero que a ella nunca le apetecía, y que fue justo cuando ya no podían ir juntas nunca más porque su madre ya no estaba cuando ella empezó a preguntarse si un paseito con su madre era de hecho lo más precioso que había escuchado.
O si es porque hace unos meses mi padre me preguntó si le acompañaba a Granada a hacer unas fotos a una finca y yo le dije que no, que estaba muy ocupado y que tenía un montón de cosas que hacer mientras para mis adentros pensaba que pocas cosas me apetecían menos que tirarme varios días con mi padre en su casa del pueblo, aunque me encante estar con mi padre y aunque me encante estar en su pueblo.
Cómo me gustaría pasar más tiempo con mi padre. Pie
Antonio, ¿qué haces? Trabajar.
¿Tomamos un aperitivo? No puedo.
¿O será porque nueve de cada diez veces que mi madre me pregunta si quiero ir a dar un paseo con ella y las perras por el bosque yo le digo que ahora no puedo pero que quizás en otro momento?
No lo sé, todo esto es muy confuso.
Es como si ahora, en los momentos de lucidez, pienso con tristeza que por qué me alejo siempre de lo que es bueno y bonito para mí, pero en el momento de la verdad cuando se presenta la ocasión, cuando alguien cercano quiere pasar más tiempo conmigo o cuando quiero iniciar un proyecto que sé me será beneficioso, realmente no encuentro las ganas.
¿Será que algo no funciona dentro de mí? ¿será que estoy enfermo? ¿desequilibrado? ¿será posible que casi toda la población sufre la misma enfermedad? ¿será esa la normalidad?
Ahora voy
Antonio, ¿me alcanzas eso? Sí, ya voy.
Pero pasan los minutos, a veces las horas, y no voy.
Antonio, ¿me haces un favor? Claro, dame un minuto.
Pero pasa el minuto, pasan dos, pasan diez, a veces sesenta y a veces ese favor no llega.
¿Antonio hablamos un día? Sí por supuesto, mañana te llamo.
Y por supuesto mañana te llamo significa nunca.
Querido lector, querida lectora, es como que tengo la sensación de haber estado toda la vida posponiendo, corriendo en una dirección por inercia, una dirección en la que cuanto más corría más me alejaba de allá donde realmente quería llegar, y sólo recientemente me estuviera preguntando si fui yo quien escogí esa dirección o si en cambio fue alguien que me la indicó sutilmente de pequeño.
¿Sabes? A veces siento como si siempre estuviera cansado y bajo de energía. A veces siento como si siempre hubiera algo más importante. A veces siento como si siempre estuviera ocupado para evitar hacer aquello que más necesito.
No sé por qué te cuento todo esto.
Quizás es porque ya estoy cansado de estar cansado, de los sí ya voy dame un minuto y los mañana te llamo, y quizás estas palabras son mi forma de decirme a mí mismo que, aunque aún no estoy seguro de cómo conseguirlo, intuyo, sé, que otra forma de actuar es posible y que estoy en su búsqueda.
Gracias por leerme.
Si no te pierdes es imposible encontrarte y si no te cuestionas a ti mismo, no puedes cambiar nada. Cada vez estás más cerca de tu gran descubrimiento amigo, porque a pesar del cansancio, a pesar de tus dudas, a pesar de que en ocasiones prefieras hacer otra cosa, no te fallas y no nos defraudado ningún lunes. ¡Gracias por seguir compartiendo tu camino y sabiduría! Un fuertísimo abrazo amigo (:
¡Gracias Noe por tus palabras! Yo no puedo defraudar a nadie ni fallarle a nadie, ni siquiera a mí mismo, ¡ya lo sabes! :p
Un abrazo gigante
Se me ha hecho corto… gran reflexión. Al menos hay cosas que no dejamos para otro día, como leer tus artículos 😉
Muchas gracias por compartir con nosotros tus reflexiones!
jaja, al final, ya sabía yo que al final habría personas que se acostumbrarían a mis artículos de 4-5.000 palabras :p
¡Un abrazo Carolina!
Animo Antonio!
Te recomiendo un blog que tiene unos artículos muy intensos, llenos de energía, personalmente me han sido de gran ayuda y leerlos me
ha dado fuerzas en los momentos en los que me he encontrado perdida, fuera de mí. Se llama ‘ricos y libres’, espero que te sea de ayuda.
Un abrazo
jaja gracias Usoa… no soy de leer otros blogs, pero a ese le daré una oportunidad.
¡Un abrazo!
Muy buen artículo; todo lo que te haga pararte a reflexionar en esta época es bueno, aunque sea para decir que no estoy de acuerdo (no es el caso). Yo si que estoy en proceso de cambio, pero no se hacia donde todavía.
Vete a Huescar y cuando vayas me llamas y me voy contigo, pero a casa de la abuela.
Un abrazo
¡Ya sabes que me apetece mucho primo! Ya me contarás ese cambio, que yo sí sé hacia dónde 🙂