Hace unos días estaba planificando una escapada a Málaga para visitar a mi gran amigo Klas y para celebrar el cumpleaños de Ángel de Vivir al máximo. Como no tengo coche, decidí alquilar uno durante una semana y se me ocurrió la idea de publicar un viaje en Blablacar para llevar a algunos pasajeros y así compartir gastos. Cuando llega la hora de fijar el importe del precio, compruebo que Blablacar te hace una sugerencia de la cantidad, en función, según ellos, de la distancia y de lo que ellos consideran justo.
“¿Cuál es la aportación justa? —dicen—. La aportación justa es la que te permite encontrar más pasajeros. Recomendamos una diferente según la ruta. Síguela y verás cómo ahorras más.”
La cifra inicial que figura es de veinticuatro euros y yo, como me considero un tío muy especial, lo subo a veintiocho. No seas nunca el precio más bajo, eso no es propio de ti, me digo a mí mismo recordando mi aprendizaje en el marketing y marca personal, aléjate de la media, es mejor ser el más alto en el sector porque así las miradas se fijan en ti.
Si hago caso a la sugerencia, veinticuatro Euros por ir desde Madrid a Málaga, más la comisión de blablacar: veintiocho con cincuenta. Blablacar quiere que pongas los precios más altos posibles para que ellos reciban las comisiones más altas posibles, tú quieres los precios más altos posibles para que tu viaje salga gratis y además saques de paso el mayor beneficio posible.
Si viajaran conmigo tres personas, me pagarían setenta y dos euros.
Mientras seguro pienso algo así como que soy un ganador, que tengo las cosas claras y que yo sé lo que valgo, publico el viaje y me voy a dar un paseo. Mientras camino entre los árboles por El Retiro, un pensamiento nace en mi mente y llama a la puerta con fuerza. ¿Por qué has puesto ese precio? ¿Qué pretendes conseguir con ello? Aún no sé muy bien por qué razón pero decido volver a casa a paso rápido. Cuando llego, enciendo el ordenador y calculo el coste total aproximado en gasolina de mi viaje según los kilómetros, el cuál es más o menos de cuarenta y siete euros.
Es en ese preciso instante cuando me doy cuenta de la gravedad de la situación y decenas de pensamientos incontrolados van de un lado a otro en mi cabeza.
De repente tengo la sensación poco agradable de que soy el problema de la sociedad, soy la pieza clave y fundamental que hace que todo esto siga funcionando, girando, y llenando todo de mierda. Me doy cuenta de una manera casi dolorosa de que hace un rato tuve en mi mano esa varita mágica que hace que puedas cambiar el mundo y hacer de el un lugar mejor con tan sólo un leve movimiento de muñeca y sin siquiera recitar un conjuro, pero que yo he decidido pasar de largo y seguir apostando por un mundo peor.
¿Sabes por qué puse el precio “justo” que Blablacar me sugería o incluso aún mayor? Porque podía, o mejor, porque quería y me dejaban. Yo creo que justo no es lo que te permite encontrar más pasajeros como dicen ellos, eso se llama maximizar tus beneficios en función de cuánto la gente puede llegar a pagar, y eso no tiene nada que ver con la justicia. Justo, como dice una de las acepciones de la RAE, es el principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece.
Hago una búsqueda de viajes y no encuentro ni un solo precio que realmente sea justo, no encuentro un precio que pague la gasolina de manera equitativa y ni un céntimo más (y hasta los peajes, si quieres). ¿Qué te parece? Yo pongo el coche y tú la gasolina. Encuentro precios inflados por todas partes, encuentro avaricia, encuentro muchas personas diciendo sálvense quien pueda, me encuentro a mí mismo tratando equivocadamente de salvarme cuando lo que hago es meterme en el pozo profundo lleno de mierda que tanto odio y tanto miedo me da.
Puse ese precio porque no era consciente, o elegía no ser consciente, de que no he venido a este mundo para sacar el máximo provecho de cada situación sin importar las conscecuencias de mis actos. Puse ese precio porque no he entendido aún de que los desconocidos son amigos que aún no te han presentado. Puse ese precio porque no he interiorizado que el dinero sólo es un factor más de otros muchos que hay en el camino. Puse ese precio porque olvidé de que yo ya tengo mi trabajo que me da para vivir, un trabajo donde aporto un valor y mis conocimientos, mi tiempo y mi experiencia a cambio de dinero, y que si creo que cobro poco debería plantearme cambiar de trabajo o tratar de aportar un mayor valor y recibir más dinero por ello. Puse ese precio porque no me he dado cuenta de que no todo tiene por qué ser es un negocio.
¿Qué pretendo poniendo el precio de veinticuatro euros o de veintiocho? Pretendo ser el más listo, pretendo ser un jugón, un canallita como dice Pantomima Full, pretendo que los que viajan conmigo paguen toda la gasolina y además me paguen un buen vino y una buena cena y a veces parte del viaje de vuelta. ¿Queréis viajar conmigo en mi coche? Pues pagad.
Pagad cabrones.
Y si no os cobro más no es porque no quiera o porque tenga empatía con los pasajeros, es porque entonces quizás no encuentre a nadie dispuesto a comprar, y yo no quiero eso porque yo soy un ganador.
Cuando nació Blablacar los más aventureros pensábamos que era muy guay y muchas personas hablábamos de ello. Pensábamos que era una manera fantástica y barata de llegar del punto A al punto B. Compartir es genial, compartir es la clave, decíamos. La descentralización ha llegado, ya no es una compañía de autobús la que establece sus precios abusivos, ahora son cientos, miles las personas que ofrecen sus servicios, así todos nos beneficiamos, la sociedad mejora.
Y las compañías de autobús temblaron y querían prohibirlo, ¡eso es anárquico! ¡miles de puestos peligran!. Sin embargo nos convenciamos a nosotros mismos pensando que el avance era imparable y que el bienestar estaba en camino.
Cuando nació AirBandB los más aventureros pensábamos que era muy guay y muchas personas hablábamos de ello. Podías hospedarte en cientos de casas de otras personas a precios muy asequibles. La democratización ha llegado, ya no necesitamos los hoteles, ahora son cientos, miles las personas que ofrecen sus casas.
Y los empresarios de los sectores hoteleros temblaron y querían prohibirlo, ¡eso no es posible! ¡aquí hay leyes que cumplir!. Pero nos decíamos que no puedes poner puertas al campo y que el binestar y los alojamientos económicos estaban en camino.
Pero entonces una bombilla se encendió en la cabeza de cada vez más personas que usaban los servicios. ¡Puedo ganar más! ¡Estoy a los mandos de una máquina que genera dinero! Subamos los precios entonces. ¿Cuánto me sugiere Airbandb? ¡Yo puedo subir incluso más, alguien lo pagará! Decíamos que mi casa es muy especial y si quieres venir a mi casa, ¡paga!
Hoy en día usar AirBandB es tan caro o más que ir a muchos hoteles. Mientras algunos subimos los precios al máximo otros empezamos a pensar que algo falla.
Y decimos “paga” en voz alta. Porque tenemos el control. Decimos “paga” en voz tan alta que olvidamos que quien paga son un chico de veinticinco años y su novia y que trabajan ocho o diez horas al día en un puesto de trabajo que muchos días odian y que a muchas veces no les da para vivir dignamente. Olvidamos que quien paga es una familia de Portugal que quiere conocer Madrid porque era el sueño de la mujer desde que era joven y el padre se quedó en paro hace tres meses. Olvidamos que soy yo, y tú, los que estamos del otro lado. Olvidamos que no todas las personas tienen todo el dinero del mundo y que la mayoría trabaja duro para conseguirlo. Olvidamos que no tenemos por qué intentar conseguir el máximo beneficio económico posible en cada interacción con otro ser humano.
Olvidamos que a veces con lo justo basta.
Olvidamos que si no somos nosotros mismos los que limitamos nuestra avaricia, no podemos esperar que otras personas lo hagan.
Olvidamos que a veces con lo que nos gustaría pagar a nosotros si estuvieramos en la situación opuesta, sería suficiente.
Olvidamos que no sólo son los políticos los que roban.
Yo quiero precios buenos cuando uso un servicio, pero por otro lado también quiero cobrar todo el dinero posible cuando tengo la oportunidad, porque al fin y al cabo eso es lo inteligente. Y si mi vocecilla me enturbia le digo que ya lo haré mañana, que ya lo hará otro. Sólo hoy, sólo una vez más, mi caso es diferente.
Y eso pasa porque es muy dificil saber decir ya basta.
A menudo nos gusta pensar que somos diferentes, que nosotros somos mejores que ellos. Sabemos que si tuvieramos la oportunidad lo haríamos mejor. Gestionaríamos mejor los recursos, nos preocuparíamos más por los demás, nosotros no seríamos como ellos. Nosotros no nos cargamos el mundo y no hacemos de la sociedad un lugar irrespirable, los que se cargan el mundo son otros, los que talan los árboles son otros, los que hacen que África sea más pobre son otros.
Pero casi todos nosotros, aunque no queramos admitirlo, sí que somos ellos. Cuando somos nosotros los que estamos al mando de la máquina de poder algo en nuestro interior nos grita ¡dame más! y nosotros siempre hacemos caso porque queremos más.
Siempre hay una voz que nos dice: ¡No lo necesitas! pero no la escuchamos.
Y eso es una mierda, y eso te convierte en el problema.
Gracias por leerme.