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Couchsurfing: El arte de viajar

Antonio Herrero Estévez · Mar 9, 2020 ·

Aquí no hay extraños, sólo amigos que aún no has conocido.
William Butler Yeats

Hace unos años, allá por 2011, estaba cenando en un restaurante en la ciudad de Porto cuando entró un gran grupo de personas y se sentaron en una mesa cercana. Varios detalles llamaron mucho mi atención, como por ejemplo que cada uno llevaba una banderita de su país, que fuera un grupo completamente heterogéneo de diferentes edades, sexos, colores de piel, idiomas y nacionalidades, y que todos los allí presentes parecían muy alegres.

La curiosidad me hizo levantarme, ir hasta ellos y preguntarles qué clase de reunión era esa.

¡Couchsurfing! me dijeron algunos de ellos al mismo tiempo, ¿no lo conoces?

No. No lo conozco. —Dije yo—.

Couchsurfing es una web para conocer viajeros de todo el mundo, donde puedes ofrecer y recibir alojamiento gratuito o enseñar tu ciudad, ¡creo que te encantaría! pareces una persona curiosa, hazte un perfil y verás. —Concluyó con una sonrisa un hombre que rondaría los sesenta años—.

En cuanto llegué a casa me creé mi perfil y desde entonces esa filosofía de vida me ha hecho vivir más aventuras de las que la mayoría de las personas pueden siquiera imaginar.

Querido lector, querida lectora, aunque aún no soy el mayor experimentado couchsurfer del mundo y me queda mucho por aprender, sí que me siento cómodo contándote mis experiencias y mi forma de ver las cosas, y para que llegues a comprender la esencia de todo esto, te contaré algunas de las muchísimas historias que tengo en mi memoria.

Couchsurfing y la amistad: cuando conocí a Pepe

Es posible que me hayas escuchado hablar bastante a menudo de mi amigo Pepe, pero nunca te he contado cómo nos conocimos.

Un día entré al foro de Madrid de couchsurfing y vi que un chico había organizado una quedada de viajeros en un bar por Lavapiés, así que pregunté si me podía unir. De entre todos los asistentes un tal Pepe me escribió un mensaje privado y me dijo: Antonio, yo voy a ir también a la quedada, ¿quieres pasarte antes por mi casa y te invito a cenar? Tengo la nevera llena, se lo he dicho a otras personas y además puedes traerte a quien quieras.

A mí me pareció una buena idea aunque al final no fui, pero ¿sabes? recuerdo que por esa época aún me resultaba chocante su manera tan abierta de invitarnos a todos a su casa sin conocernos. Pepe era mucho más abierto y generoso de lo que hasta entonces había conocido, y la verdad es que aún no podía siquiera imaginarme cuánto me quedaba por aprender.

Al poco de llegar y de comprobar que la mayoría de las personas no habían acudido y que el bar estaba vacío, Pepe nos volvió a sugerir a todos ir a su casa. ¡Si queréis venid! tengo la nevera llena, y si no, pues vamos a cualquier otro sitio.

No fuimos, pero yo volví a quedar sorprendido de su ofrecimiento.

Esa noche después de salir Pepe me invitó a dormir a su casa para que no tuviera que irme hasta la mía, la cual estaba bastante lejos. ¡Vente! —Me dijo—. Tengo un sofá cama súper cómodo, pero yo dormiré en él y te dejo mi cama si quieres, tengo sábanas limpias, a mí me da igual.

Ahí es cuando pensé que Pepe querría violarme, así que le dije que no, que muchas gracias.

¿Por qué esa amabilidad? ¿Qué quiere de vuelta? ¿Cómo era posible que me invitara a su casa cuando sólo nos conocíamos de un rato? ¿No se suponía que a los amigos sólo se les invita a dormir cuando son muy amigos? ¿No se suponía que lo de dormir en casa de otras personas sólo se hacía cuando eras más pequeño?

Al día siguiente Pepe me invitó a cenar a su casa, había organizado una cena con un montón de personas de Egipto, Alemania, Irán, China, España…

Esas cenas se sucedieron varios días por semana y semana tras semana durante varios meses hasta que él se fue a viajar por el mundo. A veces venían caras nuevas, otras veces caras familiares, pero siempre había un mismo patrón que no me pasaba desapercibido:

  • Pepe cocinaba para todos dando igual las personas que fuéramos, y cuando le decíamos de poner dinero él siempre respondía: ¡Qué va! ¡Si es todo súper barato! ¿qué más me da comprar espaguetis para uno que para cinco? A veces cenábamos pizzas, otras tortillas, otras espaguetis, otras ensaladas a la Peipitilla (ensaladas que consistían básicamente en cualquier cosa rica que hubiese en la nevera junto con muchas aceitunas negras)… y siempre acompañado con alguno de los muchísimos dulces o vinos que tenía en el armario, regalos de tantos y tantos viajeros que habían pasado ya por su casa. Pronto me di cuenta de que en esas cenas lo de menos era la comida y que lo verdaderamente importante siempre era el hecho de juntarnos, reír y conocernos.
  • A la hora de fregar siempre nos ofrecíamos unos cuántos para la tarea diciendo algo así como: Tú cocinas, nosotros fregamos. Y Pepe siempre decía algo así como, ¿qué más da quién haya cocinado? ¡Esto no es una competición! ¿No querréis quitarme el placer de fregar en mi propia casa? Pronto también me di cuenta de que su manera de ver el mundo era la pura abundancia. Dar, dar, dar y dar.
  • Muchos de los viajeros que se hospedaban con Pepe le traían regalos, y algunos de esos regalos eran mucho más costosos de lo que podría ser una noche en cualquier hostal de la ciudad. Ahí empecé a aprender de que el dinero no tenía absolutamente nada que ver con el espíritu de couchsurfing. Quien entendía realmente de qué iba eso, no hacía couchsurfing por ahorrarse dinero, sino por el placer invaluable de conocer a personas locales y adentrarse en su mundo, en su cultura y en sus costumbres.

Unos se quedaban a dormir si había hueco, otros se iban… cada cena era una nueva aventura, siempre pensando a quién conocerías hoy, de qué viajero aprenderías algo valioso.

Según iba conociendo más a Pepe más me sorprendía aquella manera de ver el mundo, pues algo dentro de mí sabía que así es como yo también lo veía, como en realidad todos lo veíamos cuando no teníamos una cortina que nos impedía ver que todos somos una gran familia.

Cuando Raúl nos enseñó qué era la hospitalidad chilena

Hace años mi amiga Zita vino a verme a Chile para hacer un viaje juntos, y cuando llegamos a Antofagasta y comprobamos que no nos convencían los hostales, acudimos a la magia de couchsurfing.

Le escribimos a Raúl pidiéndole alojamiento y le contamos que llegaríamos sobre las siete de la mañana tras muchas horas en autobús.

Él aceptó y nos contó que como salía de casa muy temprano para ir a trabajar nos dejaría unas llaves en la portería, y que nos podríamos encontrar en el centro de la ciudad por la tarde después, cuando hubiéramos descansado.

Al entrar en su casa presenciamos algo muy especial: una mesa que casi se desbordaba de comida deliciosa. Raúl nos había preparado un enorme desayuno antes de irse al trabajo, y además nos había dejado la casa llena de notitas para que pudiéramos hacer uso de todo lo que allí había. “Estas son vuestras toallas; comed todo lo que hay en la nevera; os he preparado esta cama espero os guste; podéis coger el autobús este y aquel para llegar al centro”, etc.

Zita y yo no podíamos creer lo que veían nuestros ojos, tanta amabilidad, tanta abundancia, tanto cariño, tanto amor.

Al llegar la tarde y conocer por fin a Raúl le dimos uno de esos abrazos que se dan sólo a quien es un viejo amigo y llevas tiempo sin verle. Dimos un paseo con él, nos enseñó cada recoveco de la ciudad y al atardecer nos llevó a su restaurante favorito frente al mar.

A la hora de pagar Raúl me hizo ver que ni en un millón de años me lo permitiría, ya que éramos sus huéspedes.

Querido lector, querida lectora, créeme si te digo que me adelanté a pagar al camarero, si te digo que puedo ser un cabezón a la hora de pagar, si te digo que para mí era el mayor privilegio invitar a cenar aquella noche… pero no me fue posible.

Esta es la historia de cómo Raúl, un chileno que no habíamos visto jamás, nos invitó a su casa, nos preparó el desayuno, nos dejó una cama súper cómoda, nos enseñó la ciudad y nos invitó a cenar a uno de los mejores restaurantes frente al mar bajo un rojizo atardecer.

Al día siguiente, antes de despedirnos nos dimos todos un gran abrazo, uno de esos abrazos que sólo se dan tras haber aprendido algo valioso.

Cuando conocí a mis hermanos de Argentina y Malasia en Granada

granada

Hace unos años, cuando estaba pasando un mes en la ciudad de Granada en un estudio que alquilé en el Albaicín (o Calaibaicín, como dice mi hermano 😄), me escribió Gus pidiéndome alojamiento, un chico increíblemente alegre mitad malayo mitad australiano.

Nada más ver su perfil le escribí de vuelta diciéndole que por supuesto y que mi casa era su casa, pero que debía saber que vivía en un apartamento muy muy pequeño y que si no era problema para él no lo era para mí.

Unas horas más tarde me escribió también para pedirme alojamiento Javier de Tucumán, Argentina. Le dije que como mi casa era muy muy pequeña y ya venía otra persona, podría alojarle un día y al día siguiente ayudarle a buscar otro lugar, y que si no le importaba no tener cama y además compartir un espacio pequeño con un australiano malayo y conmigo, a mí me parecía bien.

Cuando nos conocimos los tres nos convertimos automáticamente en hermanos y al final pasamos todos varios días juntos. La primera noche durmieron ellos dos en la misma cama y yo en el suelo, otra noche dormí yo en la cama y ellos en el suelo, y otra más, por cabezones, dormimos los tres en el suelo 😀 y nadie en la cama contándonos historias hasta casi amanecer.

Por ese entonces ya había empezado a darme cuenta de que dónde dormir carecía de valor, y que lo verdaderamente importante siempre era el hecho de juntarnos, reír y conocernos.

Una tarde, Javier y Gus me propusieron ir a un espectáculo de flamenco y yo les dije que no les acompañaba porque había ido a otro sólo unos días atrás, pero ellos insistieron en que fuera. ¡Te invitamos nosotros! ¿Cómo no vamos a ir todos juntos? —Dijeron ellos—.

Esta es la historia de cómo alquilé una casa muy pequeña donde cabían muchas personas y donde entre sus paredes sucedieron algunos de los mejores momentos de toda una bella ciudad.

Reserva un cierto número de días durante los cuales te contentarás con el más barato sustento y con la ropa más ajada y ruda, entonces pregúntate a ti mismo: “¿Es eso a lo que tanto temías?
Séneca

con Javier y Rossman de couchsurfing

Cuando Luchi me invitó a pasar la navidad con su familia en Mendoza

Eran los días próximos a las navidades de 2015 y yo estaba en Mendoza, Argentina. Apenas conocía a nadie, pero un buen día Luchi me escribió a través de Couchsurfing y me propuso unos cuantos planes para hacer con sus amigos.

Quedamos varios días donde Luchi me enseño algunos de los sitios más bonitos de la ciudad, me presentó a todos sus amigos y, el día de navidad, me dijo: Antonio, ¿te recojo y vamos a cenar con mi familia?

Así es cómo acabé cenando en una enorme y preciosa casa a las afueras de Mendoza con una aún más enorme familia argentina, compartiendo mesa y vinos con los abuelos hasta los nietos pasando por los primos, hermanos, padres e hijos.

Querido lector, querida lectora, podría contarte decenas de historias similares que he vivido, y a su vez debes saber que otros amigos me han contado cientos de historias aún más bonitas que han transcurrido en algunos de los países más insospechados del planeta en presencia de las personas más abundantes y generosas que la tierra ha conocido, pero creo que con esto te haces una idea de qué es couchsurfing y qué puede hacer por ti, o mejor, te puedes hacer una idea de qué puedes hacer tú por su comunidad si te animas a crearte un perfil y a abrir las puertas de tu casa 🙂.

Qué es Couchsurfing para mí

Como alguien me dijo una vez, Couchsurfing es la posibilidad de tener un mejor amigo en cada ciudad del mundo, y como ya he dicho más arriba, Couchsurfing es una de las mejores maneras que conozco de recordarme de que todos los seres humanos somos como una gran familia, donde, si das sin esperar nada a cambio, recibirás más de lo que nunca jamás podrías haber tenido. Couchsurfing es uno de los lugares donde puedes poner en acción aquello de “haz el bien y no mires a quien”.

Imagínate llegar a un pueblo de Kirguistán y que una familia tradicional te hospede en su casa y te ofrezca lo mejor que tiene en su huerto, imagínate llegar a Berlín y que una pareja te enseñe las galerías de arte o los cafés más escondidos de la ciudad, imagínate llegar a Beijin y que una chica que se muere por hablar inglés y nunca ha salido de su país te hospede en la casa de su abuela, imagínate estar en tu casa de Madrid y que lleguen personas de países que no has oído hablar y tengas el privilegio de que descubran tu ciudad a través de tus ojos…

Eso es couchsurfing para mí.

Qué no es Couchsurfing para mí

Couchsurfing no es Tinder, no es un lugar para conocer hombres o mujeres para satisfacer tus necesidades.

En muchas ocasiones sucumbí a mi propia ignorancia y estupidez y me vi ojeando perfiles de chicas o mirando la foto de esta o aquella persona para saber si era digna de ser hospedada por mí, pero a medida que he ido evolucionando, creciendo y entendiendo el misterio de la vida, me he dado cuenta de que todo eso era un gran pensamiento de pobreza, de escasez y de necesidad.

Nunca es tarde para dejar de ser tan gilipollas o tan ignorante, y siempre es buen momento para evolucionar, para crecer y para dar sin esperar nada a cambio, por eso cada día intento más y más crear la comunidad donde me gustaría ser hospedado sin que esperen nada más que mi sonrisa, hospedar sin esperar nada más que el disfrute de mis huéspedes, y enseñar mi ciudad sin buscar otra cosa más allá de deslumbrar a la persona a través de la luz de las calles más escondidas.

Gracias por leerme.

El placer que obtenemos de los viajes depende quizás más de la mentalidad con la que viajamos que del destino al que viajamos.
Alain de Botton, El arte de viajar

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